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Lima, Peru
Yo soy Danitza Rosa Ttito Clavo. Naci un 12 de agosto de 1983. Pero volví a nacer para Cristo 4 de Julio del 2000, (aunque siento que ya el 28 de mayo de ese año ya tenía el ardiente deseo de dejar al Señor entrar en mi vida). Me bautice, haciendo públicamente mi compromiso un 30 de agosto del 2002. Ahora sirvo en una iglesia local y siento que cada día Dios tiene un propósito especial para mí. Tengo 24 años.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

LOS TRES GRANDES CONSEJOS

FUENTE: NVI BIBLIA “HÉROES” Notas motivacionales de Dante Gebel: I-7
“Un héroe no deja que las críticas lo abrumen”
Durante algunos años tuve la fortuna de que me invitaran a predicar en algunas reuniones dominicales del servicio hispano de La catedral de Cristal de Los Ángeles. Allí conocí a su anfitrión, el genial pastor Juan Carlos Ortiz. Quizás el mejor predicador que ha dado América Latina en muchísimo tiempo. Su sabiduría se mantiene intacta, su don de gente sigue siendo su principal adjetivo. Sus mensajes son tan demoledores y profundos como lo eran en los tumultuosos años setenta, cuando los casetes con sus grabaciones eran buscados como el oro y copiados a granel bajo cuerda, a pesar de que están proscriptos por la iglesia tradicional de aquel entonces.

Sin embargo, no fueron sus mensajes los que lograron subyugarme, sino esas largas charlas íntimas que logramos tener en mis visitas a su imponente iglesia finales de los noventa. No fueron muchas, tres para ser exactos. Una en su oficina, otra en una cena en una marisquería, y la más reciente durante un asado que el mismo Juan Carlos me preparo en su casa de retiro en las montañas de California. Todo un honor.
Sería imposible transcribir toda la sabiduría que este hombre emana en conversaciones que pareciera surgidas como al descuido. Con todo, recuerdo los tres consejos más valiosos y significativos que pudo darme. En realidad, los he transformado en mi código de honor, mi estandarte de integridad.
Los he guardado desde hace casi diez como mis tres preciados tesoros de sabiduría.
No obstante, no los leas a la ligera. Si te es posible, memorízalos, átalos a tu cuello, escríbelos en las tablas de tu corazón. Son palabras sencillas, pero demasiado profundas para leerlas una sola vez.
Indudablemente, estos tres consejos de Juan Carlos son las últimas palabras que me gustaría decir antes de bajar al sepulcro. O la herencia que quisiera dejarles por escrito a mis hijos para que también hagan de ellos su bandera en la vida ministerial.
El primer consejo me lo dio en medio de un dialogo donde por aquel entonces yo le planteaba que estaba inmerso en un mar de críticas. De esas despiadadas, que los cristianos solemos emitir en contra de otros pares sin medir las consecuencias, y lo que es peor, sin importarnos la motivación ajena. Recuerdo que que a pesar de que realizábamos cruzadas multitudinarias, no lograba sentirme querido por mis consiervos.
-¿Te están dejando fuera del círculo?- me preguntó mirándome a los ojos.
-Algo así. No me lo han dicho, pero puedo sentirlo.
-entonces voy a decirte lo mismo que el Señor me dijo a mí cuando también me sentí excluido: ¡Haz un círculo más grande y mételos adentro!
Tan sencillo y rotundo como eso. Si quieren dejarme afuera, de todos modos he decidido amarlos e incluirlos en mi vida. Aunque algunos no lo merezcan o no les interese. Mi estilo de vida se basa en agrandar el círculo. Independientemente de la opinión que otros tengan acerca de mí.
El segundo gran consejo lo recibí cuando le pregunté si al sentirse rechazado (como todo pionero, Juan Carlos fue duramente atacado por la iglesia tradicional hace muchos años) acaso no sentía ganas de reclamarle al Señor el hecho de tener que pagar un precio tan alto por haberse entregado a un visión.
-Una vez acudí al Señor con esa misma queja –me confesó-. Le mencione que algunos hermanos no me amaban y rechazaban. Fue en ese momento que me dijo: “Tranquilo, Juan Carlos, yo di mi vida en la cruz para que me amaran a mí, no a ti”. ¿Entiendes querido? ¡Él nunca prometió que te amarían a ti! Cuando en realidad estés consciente de eso, lograras quitarte un gran peso de encima. No tendrás una pérdida de energía pensando en todos aquellos que no te aman, porque tu meta no será que te acepten a ti, sino al Señor.
El tercer consejo no sonaba como tal, más bien era una prgunta que de forma recurrente Juan Carlos me hacía cada vez que visitaba La Catedral.
- ¿Ya hiciste la lista de las personas con las que estás dispuesto a fracasar?
La misma era una cuestión movilizadora, inquietante. A nadie le gusta fracasar, muchos menos a un líder. Esa no es una pregunta que alguien quisiera oír. Queremos saber cómo tener éxito, pero no nos importa saber con qué personas nos vas a ir mal.
-¿Por qué debería fracasar? Pregunte incrédulo.
-Porque si no decides con cuáles personas te va a ir mal, lo más probable es que seas un hibrido que termines agradando a todo el mundo y nunca lograras dejar una huella en la historia. Yo decidí que quiero fracasar con los religiosos, estoy consciente de eso, hasta tengo una lista de quiénes son y eso hace que no me lastime. Por el contrario, me hace bien para mi salud emocional y espiritual. No fracaso con ellos porque hice algo mal, o no siquiera porque ellos lo han determinado. Es mi propia decisión.
Contundente. Frontal. Fue allí cuando me di cuenta de que al final ese día llegaría para mi ministerio. El momento de inflexión en que debería elegir entre complacer a todos y salir a explicar cada visión que dios me daba, o hacer lo encomendado sabiendo en quiénes y en qué estoy enfocado.
-De todos modos, aquellos con los que decidas fracasar siempre serán parte de tu familia, al fin y al cabo, les guste o no, te tendrán que aguantar. Es como cuando uno no quiere a un cuñado, o a un primo, pero en los cumpleaños o las navidades él siempre está ahí, sentado a la mesa. Es la familia, y eres parte de ella, aunque les desagrades a algunos. Tu preocupación debería ser que a casusa tuya no se pierda algunos de los de afuera, no te preocupes por los de adentro, ellos ya están salvos. Enfócate en la gente correcta, en los que estén alineados con tu visión.
* Agranda el círculo para meterlos dentro.
* El Señor no murió para que te amen a ti.
* Haz una lista de aquellos con los que fracasaras.

Sin duda, estos son tres grandes tesoros que hoy quise regalarte, así como un día Ortiz lo hizo conmigo. Solo tienes que apreciarlos y recordarlos cada vez que odien tu túnica de colores y te arrojen a una cisterna. Si recuerdas las tres perlas, algún día vas a abrir los graneros y compartir con tus propios hermanos, sin rencores, de lo mucho que Dios te dio.

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